jueves, 30 de septiembre de 2010
Una huelga incivil, estúpida
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miércoles, 29 de septiembre de 2010
El revés de la trama
Como en la novela de Graham Greene, las cosas no son siempre lo que parecen, lo que es especialmente cierto si las apariencias son equívocas. La huelga general anunciada para el 29 de septiembre plantea numerosas dudas sobre su sentido y sobre sus posibles efectos. El clima político en el que se inserta favorece extraordinariamente el equívoco. A diferencia de la huelga que paralizó literalmente el país en pleno auge del felipismo, y que fue gozosamente contemplada por buena parte del arco político, esta huelga de mañana no goza de las simpatías de casi nadie. Los propios convocantes han manifestado en ocasiones que llamaban a la huelga porque no tenían otro remedio, es decir que, a su manera, han pedido disculpas anticipadas por la acción, tal vez para cubrirse las espaldas si la huelga resultare un chasco.
Un hecho sobre el que apenas se repara es que uno de los objetivos de la huelga es combatir una decisión ya aprobada por el Parlamento, lo que no debería ser razonable. Es obvio que tanto el PSOE como los sindicatos están tratando de recuperar la energía y el tiempo perdido durante la larga crisis que han tratado de disimular y minusvalorar, pero lo hacen en un sentido contrario, como si estuviesen jugando al policía malo y el policía bueno en un interrogatorio. Gobierno y sindicalistas coinciden en sentirse sometidos a un estado de necesidad, de manera que afirman hacer algo que no quisieran estar haciendo. El Gobierno impulsa unas reformas que desearía no promover, y los sindicatos convocan una huelga contra un gobierno amigo al que comprenden.
Esta confesión conjunta de impotencia es muy importante, mucho más de lo que parece. Lo que traduce es que la izquierda, tanto en su versión política como en su versión sindical, ha perdido por completo su capacidad de formular políticas positivas, aunque tal vez no sea todavía completamente consciente de su esterilidad, de su impotencia.
Zapatero se enfrentó en 2004 a esa limitación trasladando el eje de su política desde la economía hasta lo institucional y lo moral, e hizo luego como si la crisis no existiese, confiando a ciegas en la capacidad de los mercados para sacarnos de un crisis que necesitaba negar por haberse apuntado, sin mérito alguno, los réditos de su primera legislatura, la herencia de Aznar. Cometió así un doble disparate: confiar en algo que, en su fondo, no entiende y posiblemente detesta y, al tiempo, seguir gastando como solo pueden hacerlo los Estados Unidos, con su flota controlando los mares y el comercio y con las empresas más productivas del mundo. Cuando, en el pasado mayo, Zapatero supo por boca de Obama que a él no le estaban permitidas tales políticas, que tenía que dejar de ser dispendioso y comportarse como un europeo presupuestariamente disciplinado, ZP cayó en la cuenta de que lo de la globalización iba en serio, y de cuál habría de ser su papel para seguir vivo. Su posibilismo hizo el resto y se convirtió, como ayer decía Tocho en El Confidencial, en “el paladín del liberalismo con su política de derechas”.
Ante este panorama, ¿qué podían hacer los Sindicatos? Para empezar, tiene dos ventajas estratégicas sobre el gobierno: puesto que usufructúan un duopolio de facto que amenaza con ser eterno, ellos no tiene que ganar elecciones, de manera que no están condenados al posibilismo, y, además, no pueden asumir la dosis de realidad que se ha atizado ZP porque, entonces, serían millones los que empezaran a preguntarse, cosa que ya está pasando, “¿qué hace un chico como tú en un sitio como este?”. La solución solo podía ser, por tanto, la huída hacia adelante, la repetición de los perezosos tópicos de la izquierda más rancia y hacer como que iban a hacer una huelga contra el gobierno amigo, para que nadie se diese cuenta de que llevan años vendiendo una mercancía inadecuada y peligrosa para la salud, a unos precios insostenibles, y con unos beneficios escandalosos.
El estado de necesidad de esta izquierda española resulta, en realidad, de una combinación de dos componentes que abundan en la piel de toro: el señoritil desconocimiento de cómo marcha el mundo, y la convicción de que todo es posible en Granada. Esta conducta, más propia del pijerío que de cualquier izquierda solvente, debería tener los días contados, pero desgraciadamente goza de un fondo de previsión que, hasta la fecha, se ha mostrado inagotable, la disposición de millones de electores para seguir creyendo en los Reyes Magos, el absurdo maniqueísmo político que la izquierda cultiva y la derecha consiente, con su escasez de ideas y con sus torpísimos gestos, y la inextinguible simpleza intelectual que despachan, a hora y a deshora, la mayoría de los medios, practicando una nueva forma de panem et circenses que ha facilitado enormemente el trabajo de un gobierno fashion y unos sindicatos completamente ajenos a la realidad económica, esa que produce el paro que ninguno de ellos sabe cómo parar.
[Publicado en El Confidencial el 280910]
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martes, 28 de septiembre de 2010
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lunes, 27 de septiembre de 2010
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domingo, 26 de septiembre de 2010
Doña Perfecta
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sábado, 25 de septiembre de 2010
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viernes, 24 de septiembre de 2010
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jueves, 23 de septiembre de 2010
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miércoles, 22 de septiembre de 2010
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martes, 21 de septiembre de 2010
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lunes, 20 de septiembre de 2010
Elogio de la política
La política se mueve en el ámbito de lo posible que es un ámbito un tanto especial, a mitad de lo real y lo irreal. Lo que une lo posible a lo real en política se llama imaginación, sentido crítico, pensamiento abstracto, algo que nos aleja siempre de la mera gestión de los intereses y realidades en juego. La política consiste en un saber, en un saber ir más allá, en cambiar el plano que dibuja las relaciones de lo real, lo inevitable y lo posible. La posibilidad define un espacio mucho más amplio que el real, pero menos poderoso; la realidad no tiene, en cierto sentido, tensiones ni contradicciones, se limita a ser lo que es, mientras que lo posible va siempre de la mano con muchos contrarios. Político es quien hace posible lo que no lo parecía, lo que acaso se deseaba pero nadie sabía cómo lograr. Precisamente por esa su peculiar relación con lo posible, el político tiene que ser prudente porque en cada intento de mejora se juega un posible retroceso, o una desgracia. Es obvio que la prudencia se ha de apoyar siempre en la mejor información, en el estudio, en el análisis de los datos, pero todo ese conjunto de indicadores no nos dice qué debemos hacer sino que sirve para determinar cómo debemos hacerlo. Quienes confunden la información con las decisiones serán tecnócratas o demagogos, pero no políticos. El político se la juega, no se limita simplemente a constatar, y, menos aún, a tener en cuenta lo que más le convenga para sus objetivos personales, para dejarlo todo tal como está si es que él se encuentra en una situación cómoda. El político, por el contrario, ha de estar permanentemente en combate con los datos y las encuestas para que unos y otras no le impidan la procura de lo que pretende.
La política no busca únicamente evitar el mal, combatir las injusticias, la pobreza o la ignorancia, aunque esos hayan de ser siempre objetivos esenciales de su acción. La política tiene que promover también una cierta idea del Bien sin confundirse con el ámbito de las creencias personales, impulsando valores que merezcan ser compartidos. Sabemos que, como recordaba Berlin, los hombres no viven sólo para luchar contra el mal, sino que viven de objetivos positivos, individuales y colectivos, de una gran variedad de ellos, que nunca son completamente compatibles y cuyas consecuencias no siempre se pueden predecir con la deseable antelación. El político se mueve en un terreno público, pero el ámbito de lo público es muy denso en valores morales, y el político que no sepa entenderlos y manejarse con ellos está condenado a la esterilidad.
El ejercicio de la política requiere dos condiciones fundamentales desde el punto de vista del actor: tener una idea precisa de lo que la comunidad necesita, esto es de lo que siendo posible y deseable resuelve algún problema y/o representa alguna especie de progreso o de ventaja, y tener, al tiempo una percepción clara de lo que la comunidad quiere. Es de sobra claro que esas dos condiciones no suelen coincidir plenamente, porque, no se puede olvidar la advertencia de Aristóteles sobre que no es posible una unidad sin quiebras en ninguna polis. El político debe comprender y asumir que sus propuestas crearán contradicción, pues siempre habrá quienes no compartan la idea de Bien que se propone y, aun compartiéndola, habrá quienes se opongan a ella por razones de procedimiento o, simplemente, porque pretendan socavar el poder que alcanza quien encarna una idea compartida.
Tal vez se deteste a los políticos precisamente porque no lo son, porque los que dicen serlo meramente usurpan una función; esa frustración es el mejor testimonio de la necesidad y de la conveniencia de la política, pero son tantos los riesgos del oficio que gran parte de los que podrían desempeñarlo se quedan en sus negocios, aunque frustrados. Hay que hacer que la política sea otra cosa de lo que es, aunque los Obama acaben, también, decepcionando.
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domingo, 19 de septiembre de 2010
El desastre del transporte ferroviario de mercancías

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sábado, 18 de septiembre de 2010
Quod vitae sectabor iter?
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viernes, 17 de septiembre de 2010
Esse quam videri
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jueves, 16 de septiembre de 2010
Y ya, de paso...
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miércoles, 15 de septiembre de 2010
El negocio socialista
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martes, 14 de septiembre de 2010
Sorprendente Zapatero
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lunes, 13 de septiembre de 2010
Una Diada a la expectativa
La celebración de la Diada catalana es siempre uno de los acontecimientos que condicionan el inicio del curso político en España. Este año, la fiesta ha trascurrido con una cierta calma, lejos de los espectáculos agresivos de otros momentos. Todas las fuerzas políticas catalanas están velando las armas para unas elecciones próximas y, como si quisieran una larga jornada de reflexión, han alejado a los espectadores del centro de la celebración, seguramente para evitar que los aplausos y vítores a los políticos que mandan en Cataluña impidieran la necesaria serenidad y reflexión en una fecha tan memorable. La ausencia de PP y de Ciudadanos ha ayudado a conservar la calma de los exaltados, pero también pudiera ser que Montilla hubiese calculado que resultaba esencial evitar que el riesgo de ser vapuleado por los abucheos de los descontentos le pusiera en un brete.
En resumen, una Diada tranquila, con las espadas en alto, y sin esos sobresaltos que desgraciadamente son más corrientes de lo que debieran en las tierras catalanas, y muy especialmente en Barcelona. La crisis económica ha estado menos presente que en la celebración del 2009, aunque los líderes sindicales han aprovechado la ocasión para hacer propaganda de la extravagante huelga general del 29 de septiembre. Cada uno ha ido a lo suyo: el tripartito ha pensado que habría que conformarse con no salir en los periódicos a causa de algún desbordamiento. Y, sin embargo, el carácter especial de esta Diada de 2010, una celebración que siempre tiene una trascendencia que sobrepasa a lo puramente catalán, viene a poner de manifiesto que la situación política está en plena descomposición, no solo en Cataluña.
La convocatoria de elecciones ha abierto la carrera hacia el poder de los aspirantes, y el intento desesperado e incoherente de los del tripartito por encontrar alguna fórmula mágica que les permitiese mantenerse en el gobierno. El tripartito ha sido todo un ejemplo de desgobierno, y ha conseguido trasmitir su desunión y su desconcierto al elemento más sólido de esa coalición oportunista y de circunstancias: el PSC, antes una roca, está sufriendo las consecuencias de su ambigüedad y se debate entre corrientes que no está claro puedan subsistir unidas. Las ausencias de Castells y Maragall, dos conspicuos representantes del socialismo más catalanista, permiten preguntarse si van a intentar alguna clase de aventura por su cuenta, lo que no habría que descartar, porque si algo abunda en el panorama catalán es una variopinta diversidad de iniciativas, especialmente en el sector más proclive al independentismo.
Montilla parece querer seguir con las dos velas encendidas, al dios catalán y al diablo españolista, pero en un tono menos catalanista que el empleado en estos últimos meses. La vuelta de Corbacho parece un signo dirigido a los electores menos entusiasmados con el catalanismo impostado de los socialistas, pero los hábitos acaban creando una segunda naturaleza, y al propio Corbacho se le ha escapado alguna que otra expresión más apropiada en un independista que en un socialista catalán que es miembro del gobierno español. La mezcla equívoca y oportunista de un políticos españolistas los lunes miércoles y viernes, y más catalanistas que nadie el resto de la semana, parece haber agotado todas sus oportunidades tras el aquelarre posterior a la aprobación del Estatuto y, más aún, tras la sentencia del Tribunal Constitucional. Nadie prevé una victoria del PSC, pero los gladiadores del partido están empeñados en disminuir cuanto se pueda el descalabro. Para complicarle más las cosas a los atribulados socialistas catalanes no está clara la disposición de Zapatero a echarles una mano en condiciones. Zapatero está ahora intentando seducir al PNV, pero a partir del 28 de octubre tal vez tenga que entenderse con Mas, y no va a estar jeringándole, de manera que, del mismo modo que ha dicho de las primarias de Madrid, estará tentado a pensar que no se juega nada en Cataluña.
Tampoco Mas está en condiciones de hacer grandes alharacas, ni de continuar con las bravatas que ha ido prodigando en estos años de oposición al tripartito. Su mayoría absoluta no está garantizada, y pueden empezar a agobiarle los recuerdos de su desprecio al PP, un partido con el que tendrá seguramente que contar si no quiere practicar un peligroso funambulismo que pudiere acabar con su carrera política en un plazo relativamente corto. CiU se nutre con votos conservadores, muy hartos de Montilla y de ERC, que no le perdonarían una pinza con la izquierda, pero también recibe votos que van al PP en las generales, y que podrían no asistirle si se descuida. Mas trata de parecer más cercano al PP, un acercamiento por interés, que son los más efectivos, pero esa estrategia es de una dificultad supina para él, aunque también para el PP.
Los líderes socialistas tienden a presentarse como garantes de la cohesión, la solidaridad y la unidad de España, aunque lo hacen, preferentemente, cuando sus electores no cuestionan esas ideas. Es claro que en Cataluña han destrozado todas las cautelas que debiera guardar un partido de gobierno; al aliarse con independentistas, y al impulsar un Estatuto que el Tribunal Constitucional, incluso sometido a presiones tan insoportables como vergonzosas, no ha podido declarar conforme a la Constitución, se han puesto a sí mismos en una situación insostenible, en una posición política inexplicable, salvo si se piensa en que lo único que les importa es el mantenimiento en el poder. Puede que muchos electores sean más dogmáticos que sensibles a esas contradicciones, pero no hay duda de que otros les harán pagar un precio muy alto, en Cataluña y en toda España. Esto es lo que preocupa a Zapatero, que Cataluña que fue su pértiga para ascender alcanzar La Moncloa sea ahora la losa que lo entregue al olvido. Las elecciones catalanas marcarán el final de una etapa tan singular como inconsistente para Cataluña y para España y a Diada ha sido un anuncio de que ya nada volverá a ser como antes.
[Editorial de La Gaceta]
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sábado, 11 de septiembre de 2010
Un apunte catalán para hablar de Del Bosque y de Mourinho
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