El Partido Popular lleva meses
frotándose los ojos ante su inminente
victoria en las elecciones generales, muy próximas, en cualquier caso.
El PP está atravesando un período de gracia en el que puede llegar a parecer
que todo le sale bien, como ha ocurrido recientemente con el caso Camps. Ante
este giro tan favorable de la Fortuna, a quien nunca conviene tener en poca
cosa, algunos se aflojan y dan rienda suelta a su exultación, mostrando una
alegría sospechosa pero enteramente ajena al paisanaje, que vive en su mundo y
que lo está pasando mal, realmente mal.
Otro género de flojera que aflige a muchos es el ditirámbico, la loa
excesiva al líder, convertido de repente en un dechado de virtudes y de
aciertos. Ese tipo de manifestaciones de ebriedad política ha estado muy
presente en el episodio valenciano cuando algunos han tratado de convertir al
presidente dimisionario en una especie de héroe civil, víctima inocente de
todas las maledicencias e injusticias concebibles. De este modo, lo que no ha
pasado de ser una salida discreta a una situación insostenible, se ha
pretendido convertir en una apoteosis de la virtud pública, lo que implica un
notable desconocimiento de los riesgos del ridículo, una amenaza siempre muy
peligrosa y omnipresente en las plazas españolas.
El PP va a ganar, pero es que el
PSOE se ha empeñado en cometer todos los errores a la vez, y en hacerlo de mala
manera. Los políticos harían bien en ver que toda victoria en democracia es
precaria, y los políticos de más fuste deberían empeñarse en que esa carencia
de fundamento se aminore, en que crezca la cultura política que sustente las
posiciones propias, que haga posible que la victoria política llegue a
convertirse en un éxito de todos. Al PP le queda mucho camino por recorrer en
este terreno. Bastará recordar cómo pasó en cuatro años de la mayoría absoluta
a perder el poder, y, por obvias que sean las circunstancias del caso, lo
relevante es que eso podría volver a repetirse, y con un ciclo todavía más
corto, dadas las tremendas dificultades con las que se va a enfrentar el Gobierno de Mariano Rajoy.
Todo lo que no sea empeñarse en
sumar adhesiones, en ser persuasivo, en aparecer razonable y comedido puede
llegar a ser inútil. Ahora, con los fastos de las victorias recientes, el PP
está mostrando de nuevo la cara amable del buen administrador, del gobernante
austero, y eso, que está bien, puede no ser suficiente sino se hace algo más,
si no se acierta a componer un discurso capaz de suscitar algo más que el
entusiasmo de los que aplaudirían aunque se sugiriese el mayor disparate. El PP
debe dejar de ser oposición y abandonar el empeño freudiano en las
comparaciones con los socialistas para empezar a ofrecer un discurso positivo,
capaz de ilusionar, realista, esforzado, duro cuando sea necesario, pero que
haga que los españoles perciban que el PP no está meramente en una perpetúa
pelea con el PSOE, ya se encargará Rubalcaba de eso, sino en tratar de que este
país que ahora está descarriado recupere una marcha briosa, una esperanza ahora
perdida en que los españoles podamos llegar a ser una nación próspera y competitiva, haciendo una España que
nos guste y que pueda ser admirada. Es precisamente en eso en lo que hay que
trabajar, dejando a un lado lo que tantos ven, sobre todo, como rifirrafes
entre políticos.
¿Alguien cree que el PP pueda
arañar nuevos votos insistiendo en que Rubalcaba deba retirarse? El caso es
tanto más curioso si se piensa que Rubalcaba no ha ganado nunca nada, y que sus
dotes para el liderazgo son algo menos que conjeturales. ¿Quién duda de que al
PP no le gustan gran cosa los terroristas, y considera de muy mal gusto todo lo
que ha ocurrido en torno a un establecimiento muy cercano al Bidasoa? Se
podrían multiplicar las preguntas de este tipo sin que se llegue a aclarar, ni
poco ni mucho, lo que se gana insistiendo en lo obvio.
Hay, en cambio, un buen rimero de
cosas esenciales que muchos españoles están deseando oír, y que no importa nada
repetir porque su anuncio mueve a la esperanza. No es que el PP no las haya
dicho nunca, pero no estará de más todo el énfasis que se ponga en reiterar
ciertas políticas: que se va a arreglar y despolitizar la Justicia,
garantizando su independencia, para lo que es necesario renunciar al compadreo
con los socialistas; que se va a sostener firmemente el interés general más
allá de las demandas autonómicas de los más aguerridos; que se va a escuchar a
los agentes sociales, pero que se va a acabar con la subordinación a sus
intereses corporativos en la dirección de la economía, que se va a liberalizar
cuanto se pueda, porque no está claro que cada vez más gente trabajando para
los poderes públicos nos lleve a otra cosa que a la ruina; que se va a apoyar
en serio a los emprendedores, a los autónomos, a los profesores, a la gente que
trabaje bien. Esa es la música que muchos echan en falta, la verdadera melodía
de la victoria.
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